Es verdad que casi
se me olvida su forma de mirarme
pero eso es lo de menos
cuando su nombre daba sentido al caos
que he sido siempre
guardada
durante cinco años.
Hoy que
llegan nuestras risas con un día de retraso
y sus recuerdos con ocho meses de mi pérdida,
será pronto
para decir que yo lo veo tarde
para ser un amor para toda la vida
que no era para tanto.
Aunque fue
lo nunca antes -ni después-
jamás repetible.
Eso sí.
Porque no recuerdo en la Historia
un amor más doloroso que el suyo.
Ni un día más bonito y triste que la madrugada de su adiós.
Y aún así,
marcharse fue lo mejor que podía haberme pasado.
En serio.
Porque el amor es capaz de ahogarte
en un desierto abandonado.
Desde que se fue
las primaveras florecen en invierno
y yo me dejo dormir en cualquier brazo
para dejarme enamorar de cualquier capullo
y no me reconozco
de lo vacía que estoy;
de lo buena que parezco.
Porque desde entonces me reencuentro
cuando me consiento escapar en noches como esta
que no sé si escupo alcohol u odio.
Que no sé, ni quiera, si se lo digo a quien merece
o debería contármelo al espejo.
Me escapo para volver a ser la mujer
que le prometí que jamás sería.
Pero no es mi culpa
saber hacer mejor las cosas malas
que las correctas.
Y juro que lo he intentado
y juro que he fracasado
porque al fin y al cabo,
el bueno de los dos
siempre fue él.